Adoro Alcobendas, es la ciudad en la que vivo y paso mis días. Pero el pasado 17 de diciembre tuve que alejarme de ella por un motivo de mucha ilusión para mí: presentar mi nuevo libro, A ti poesía y el fracaso del diablo, en la sede de la editorial Círculo Rojo, con quienes lo publiqué, ubicados en Almería.
El caso es que viajar es toda una aventura para mí, ya que odio los aviones con todas mis fuerzas y los autobuses, bueno, los digiero. Los trenes, sin embargo, me encantan; y ojalá poder parar un taxi e indicarle al conductor que me lleve cuando tengo viajes largos por delante, pero son muy caros y, para colmo, yo no veo tres en un burro, por lo que no tengo coche.
Así que, como veis, llegar hasta Almería iba a suponer un reto, pero se me ocurrió que podía invitar al viaje a mi familia más cercana, es decir, mis padres y mis hermanos. Así sería todo más ameno y, en caso de que nadie viniera a la presentación (cosas que pasan en esta profesión de la escritura), al menos tendría algo de público asegurado.
La idea de mi madre era, claro está, no perder mucho tiempo viajando (los viajes en bus y tren hasta Almería son de seis o siete horas), así que no me quedó más remedio que subirme en un avión (¡sí, yo, que detesto esos cacharros, volando durante una hora!). Lo de los pasajes lo tramitó mi hermana, el hotel lo escogió mi hermano y yo pues suficiente tenía con volar como para preocuparme de nada más.
Mi primera sorpresa al llegar fue que nuestra primera parada consistió en, ni más ni menos, alquilar un coche. Y la segunda llegó cuando, a las 8 de la mañana ‒así de madrugadores fuimos‒, nos comunicaron que aún no podíamos instalarnos en nuestras habitaciones aún, así que dejamos el equipaje en el coche alquilado y nos fuimos a desayunar a la cafetería del hotel, situado en Aguadulce, donde iba a presentar A ti poesía y el fracaso del diablo el día siguiente.
Tras desayunar nos fuimos al pueblo vecino y conocimos, más o menos, las dos ciudades desde el coche. Una vez regresamos, dejamos las maletas en las habitaciones, que descubrimos tenían jacuzzi, y bajamos a comer. Ya por la tarde nos dimos un paseo por el puerto, que me pareció precioso, ya que soy un enamorado del mar. Nos tomamos allí mismo unos refrigerios y, aprovechando que nos gustó el sitio, hicimos una cena-picoteo.
Sin embargo, ese jacuzzi del hotel no iba a quedarse sin utilizar, claro estaba, así cuando llegamos de vuelta a nuestras habitaciones, lo probamos hasta que nos entró sueño y nos fuimos todos a dormir.
Al día siguiente, sin ninguna prisa ‒yo me levante a las cuatro de la mañana, me gusta trabajar de madrugada, y mi familia prefirió despertarse sobre las diez y media‒, nos fuimos a desayunar y nos dedicamos a dar una vuelta por la ciudad. Volvimos al puerto para la hora de comer, cuya sobremesa duró hasta las cinco, y a las cinco y media nos dirigimos a la sede de la editorial para la presentación. Allí conté con el atento oído de mis padres y hermanos mientras daba el discurso, y respondí con ganas a las preguntas de la entrevista que, desde las cuatro de la madrugada, emocionado, llevaba preparándome.
Terminamos sobre las ocho menos cuarto, y a las ocho estaba delante del ordenador para hacer un trabajo, ya que nunca he dejado de formarme. Una vez acabé, nos dimos otro bañito en el jacuzzi y decidimos pedir unas pizzas para darnos un homenaje.
El martes, último día de estancia, desayunamos tranquilamente y, como estaba previsto, desalojamos el hotel a las doce. Aprovechamos entonces para ir a Almería capital, donde intentamos ver uno de los emblemas de la ciudad, pero era tan difícil aparcar que mi hermana se hartó y nos llevó, resuelta, por el resto de Almería. En el trascurso de ese tiempo, mi hermano, gran amante de la naturaleza, nos convenció para ir a ver Cabo de Gata, un paraje natural que nos abrumó con su belleza hasta las cuatro de la tarde, cuando nos decidimos por comer en un pueblecito que se encontraba dentro de dicho enclave. A las seis, tras haber repostado, fuimos rumbo al aeropuerto (sí, la vuelta también fue en avión: no sé cómo sigo de una pieza), al cual llegamos a las siete y donde esperamos a embarcar tomándonos algo. A las nueve y media el avión ascendía de camino a Madrid.
Mi hermana, la encargada de los taxis, pidió el segundo taxi del viaje y terminamos todos en Alcobendas de nuevo. En ese punto mis hermanos se quedarían, yo me iría a otro punto de Alcobendas y mis padres regresarían a Langa de Duero, en Soria. Aunque la asistencia a la presentación no fue tanta como me habría gustado, igualmente fue una experiencia bonita ya que pude pasar unos días con mi familia y tenerlos allí, acompañándome y apoyándome en la presentación. Además, pude conocer en persona a una de las correctoras de la empresa que he abierto recientemente, Servicios de escritura JPHC, y codearme con compañeros del mundillo editorial en la sede de Círculo Rojo, con quienes he publicado.
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